Sé que soy muy privilegiada por el apoyo de mis papás. Por ellos pude terminar una carrera profesional y escribir aquí. Estoy segura que tomaron decisiones para mi futuro con mucho amor. Con sus puntos altos y bajos, mi intención con este texto es reflexionar sobre mi experiencia, no presumir, victimizarme o asumir que mi camino es universal.
Cursaba prepa cuando acompañé a mi mamá a su festejo de 25 años de graduada en Comunicación. Recuerdo gritos de emoción y pequeñas celebraciones de su grupo al conocer las nuevas instalaciones del Tec de Monterrey: estudios de grabación en un edificio que estaba lejos de existir cuando terminaron su última materia. Algunas de sus compañeras me vieron crecer. Uno me dio su tarjeta por si me interesaba conocer una agencia de publicidad.
Sentí una vibra muy bonita y ganas de formar parte de algo así en el futuro.
Se acabó el camino lineal
A mis 17 años sentí como una luz de tren acercándose la decisión de mi carrera profesional y no veía hacia dónde brincar.
Mi labor como hija consistía en aprobar materias y no fallé ni sobresalí, era una obligación que nunca había cuestionado. No me emocionaba ir a prepa pero tampoco sufría. En medio de mi depresión, lo que más me motivaba para levantarme era exprimir temas pasajeros en Internet.
Con mis calificaciones de Física Avanzada al borde de reprobar, estaba agotada de estudiar y quería saber más de la vida antes de definir esa parte tan importante de mi futuro. Tal vez trabajar por un año o conocer otra ciudad. Mi papá no me dejó porque, según él, perdería el hábito de estudio y sería complicado recuperarlo.
Sabía que iba a seguir en el Tec: me agradaba su sistema, ya tenía beca y la transición era sencilla. Fastidiada, tomé el folleto de carreras, seleccioné la ingeniería con menos materias de Física y entré a la universidad. Ojalá algo en el camino encendiera una chispa que no tenía.
Hasta hace un par de años quería viajar al pasado y manipular a esa Andrea para elegir Tecnologías de la Información: la carrera con 100% de empleabilidad y facilidad para migrar a Estados Unidos. El área de tecnología ha florecido con ramas y trabajos bien remunerados y mi capacidad no estaba limitada como creía.
Ahora que me conozco mejor, me da gusto que no fuera así.
Entrando a la universidad
Meses antes de mi primer día, soñaba que no llegaba a clases por perderme en el campus.
En realidad, aunque era enorme, diez minutos bastaban para moverse entre salones y a veces alcanzaban para imprimir tareas. Creo que en ese entonces la población del campus rondaba en las diez mil personas, las multitudes se sentían en las “horas pico” (de 12 a 2) y en eventos donde regalaban comida, camisetas o agendas.
Pasé mi primer semestre con varios NO: no hice amistades, no me gustó una de las materias más relevantes para Industrias Alimentarias y no tenía ánimos para explorar otras posibilidades. Seguía desganada, pero pronto llegó un gran SÍ.
Una gran amiga de mi mamá y compañera de su carrera daba clases en el Tec. Me contó que estaban desarrollando una nueva: “Animación y Arte Digital” (LAD), que combinaba mi gusto por las computadoras y el diseño. Soñé con un futuro brillante con infinitas posibilidades tecnológicas y nació mi motivación. Podría trabajar creando películas, videojuegos o programas que cambiarían vidas.
Faltaba un semestre para que la abrieran, así que entré a Diseño Industrial como transición. Un profesor trató de desalentarme del cambio, argumentó que con Diseño podría conocer más del mundo y en Animación viviría sentada frente a una computadora. Ignoraba que yo ya lo hacía por gusto y muchos empleos actuales son así.
Mi papá no le veía futuro a la Animación en México. De humanidades, me recomendó Mercadotecnia o Periodismo y un diplomado para obtener las habilidades técnicas (si seguía con las ganas). Ingeniería Industrial tenía muchas posibilidades de empleos. Si lo dejaba decidir, sería Biomédica y le diseñaría un corazón mecánico.
No le hice caso, estaba convencida de poder brillar como animadora mexicana. Me esforzaría más que en el resto de mi vida escolar.
El perfil LAD
Se rumora que agregaron la palabra “Animación” por marketing en una etapa tardía del diseño de la carrera. Viendo el plan de estudios que me tocó, me parece muy probable.
Ser la primera generación tiene sus ventajas: laboratorios nuevos, poca competencia al graduarnos… con el costo de decisiones experimentales desastrosas y no poder adelantar materias. Mi plan de estudios integró diseño, arte, comunicación, producción audiovisual, programación, experiencia de usuario y las “de relleno”.
Estaba esperando con ansias el momento en el que me enseñaran a usar el software de Adobe y, fuera de una introducción a After Effects en los últimos semestres, nunca pasó. Un alumno que hacía fotomontajes desde prepa sugirió tener Photoshop remedial en el plan de estudios. Sigo con pensamientos mixtos acerca de su importancia porque, aunque el manejo de esas herramientas habría mejorado la calidad de mis entregas escolares, años después las dominé con simples tutoriales en línea.
Un maestro comentó en broma que éramos “la carrera coladera”, donde cayeron quienes no supieron elegir. Y entiendo por qué: veía estudiantes que, como yo cuando entré a la universidad, parecían estar por la obligación de sacar un papel para continuar con sus vidas. Mientras me ganaba enemigas por romper curvas en matemáticas y programación, me molestaba que aprobaran trabajos de dibujo, escultura o video de pésima calidad (aunque los míos tampoco eran buenos).
Cabe resaltar que cuando hablo de modelar me refiero a hacer modelos en software 3D, no a desfilar en pasarelas ni posar en fotos. Así como animar es alterar modelos en los mismos programas, no a levantar ánimos o alegrar eventos. También existe la animación 2D pero no era parte del plan de estudios. Como modelo o animadora de fiestas me muero de hambre.
Mi gran sorpresa fue en cuarto semestre cuando llevé mi primer materia de animación y, aunque la dio uno de mis profesores favoritos, no me gustó animar. No solo eso, cuando preguntó en qué nos gustaría especializarnos, no supe responder porque ignoraba las posibilidades reales. Empecé a tener dudas de haber tomado la decisión correcta, pero ya lo sentí muy tarde.
En 2011, graduarse de Animación y Arte Digital no garantizaba un nivel competente en diseño, dibujo, modelación o animación. Terminé la carrera con mejores habilidades, pero hasta hace poco me daban vergüenza mis dibujos. He mejorado en la pandemia, concluyo que en ese entonces me faltó práctica constante.
Lo que sí es que te introduce con estructura a muchos campos para poder identificar gustos y con esto profundizar por cuenta propia o tomando cursos de terceros. En mi experiencia profesional, me ha servido mucho:
- Fundamentos del diseño para hacer buenas composiciones.
- Lenguaje cinematográfico para editar y dirigir videos.
- Historia del Arte para mejorar la calidad de mis proyectos.
- Programación básica para no temerle al código y mejorar mi navegación en línea.
- Modelación avanzada para hacer varios trabajos freelance.
- Guionismo para videos dentro y fuera de mi trabajo de planta.
- La experiencia Tec en general para desarrollar mi organización y trabajo colaborativo.
Mi generación no fue muy unida y conozco el presente laboral de pocos. Una parte se fue a seguir sus estudios en el extranjero y trabaja en grandes producciones. Otra emprendió o se desarrolló en agencias y estudios de producción. Algunos se dedicaron a proyectos independientes. Y el resto tienen profesiones muy alejadas de lo que aprendimos.
Grupos estudiantiles
Desarrollar en equipo por gusto fue de las mejores experiencias que tuve en el Tec.
Recuerdo cuatro categorías de asociaciones de alumnos: las deportivas, las regionales (de países o estados), las de carreras y el resto. El ejercicio y yo no nos llevamos, integrarme a un grupo de Nuevo León viviendo en ese estado no sonaba interesante y la sociedad de la carrera se enfocaba en organizar reuniones que me daban miedo (más de eso abajo). Terminé en la categoría comodín.
Mi objetivo hasta antes de entrar a Animación fue pasar desapercibida en el Tec. Los celulares todavía no eran inteligentes, así que solía matar el tiempo en mis trayectos escuchando música. Luego compré un Nintendo DS para jugar en el camino y un alumno me invitó a unirme a un club de videojuegos.
Antes de la universidad, jugar solía ser una experiencia individual para mí. No destaco en los videojuegos competitivos, pero en Tec Gamers me divertí apoyando en la logística de torneos, expos y hasta viajes. Fue en ese grupo donde conocí amistades que conservo, construí buenos recuerdos y mejoré mis capacidades de diseño con los posters.
El Tec (y Monterrey) de 2006 a 2011
Me tocó estudiar en una temporada violenta para Monterrey. Entraron a robar a punta de pistola a la casa de una amiga. Militares mataron a dos estudiantes sobresalientes mientras yo celebraba un cumpleaños en un antro a un par de cuadras del campus. Desde que me enteré que asaltaron el Oxxo frente al Tec en plena luz del día, evitaba atravesar las rejas del campus.
En 2010, se rumoró que un profesor huyó del país porque le secuestraron a un familiar. Lo que puedo confirmar es que perdí como un tercio de las dos materias que llevaba con él en lo que encontraban reemplazos. También estuve dos semanas sin clases para controlar la gripe porcina.
Entre ese miedo y mi desagrado por el alcohol, evitaba estar muy noche en la zona universitaria. Fue hasta años después, trabajando en el Tec como postproductora, que pude disfrutar tranquila la vida en sus alrededores. Me encanta el proyecto de Distrito Tec porque desarrolla con la comunidad parques, calles y eventos con espacios para convivir.
En cuanto a las instalaciones, la cafetería Centrales y la biblioteca mostraban su edad. Inauguraron los laboratorios de biotecnología y fue un cambio radical comparados con los que usé en mi semestre de Industrias Alimentarias. En el edificio de Animación, las computadoras aguantaron bien los programas pesados. Lo más sorprendente fue el salón de captura de movimiento, aunque esa tecnología no tuvo tantos fines prácticos.
Como un reality show
En mi semestre de transición llevé Fundamentos del Diseño I y Geometría Descriptiva. Teníamos que leer de simetría, similitud y contraste antes de cada sesión. La limpieza de los trabajos representaba el 20% de la calificación. Una vez manché la cartulina con Pritt, decidí que se veía mejor con el brillo por todas partes y saqué un 70 acompañado de un “¡NO HAGAS ESO!”.
Fue un gran contraste con Fundamentos del Diseño II, dirigida a estudiantes de mi carrera. El profesor daba una explicación llena de anécdotas de lo que debíamos aprender, nos asignaba un tema y daba unas semanas para realizarlo. Al final, todos presentaban y criticábamos trabajo por trabajo.
Flores desérticas, letras tridimensionales, animales que luego hacíamos marionetas. El evento más ostentoso fue un concurso entre todos los grupos. A cada salón se le asignó un continente y cada estudiante debía representar una bandera diferente. Mi profesor nos puso la restricción de no caer en lo carnavalesco. Se notó mucho el contraste con quienes tuvieron total libertad.
El “desfile” inspiró el primer álbum que hice en Facebook, en abril de 2008.
El camino de programación
En la clase de Algoritmos nos pidieron programar un clon de MS Paint en C++ con sus funciones básicas: elegir color primario y secundario, lápiz, spray y no recuerdo si seleccionar para mover o borrar fragmentos. “La cubeta no porque requiere programación recursiva”… y como cualquier “no puedes” que suena tentador, lo investigué y probé hasta lograrlo.
Bueno, en realidad tenía la intención de hacerlo, pero mi programa crasheaba cuando usaba la cubeta en superficies grandes. La lógica estaba bien: por cada punto al norte, sur, este y oeste de la posición, revisaba si el color era el mismo; de ser así, cambiaba su color y repetía la primera instrucción. Estaba saturando la memoria de mi laptop.
El profesor revisó mi código y, después de ver que funcionaba al deshabilitar cualquiera de las cuatro direcciones o en superficies pequeñas, me la tomó como buena. Comentó que me hubiera ido bien en las carreras de tecnología.
Se me nublaron los ojos y le agradecí. No estaba de acuerdo. Disfrutaba resolver problemas pero nunca brillé en los cursos de prepa. Nadie iba a contratar a una programadora mediocre y como animadora usaría a mi favor mis habilidades de diseño y narrativa, pensé.
Años después se puso de moda promover las carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas en las niñas. ¿Un programa así me habría ayudado a adquirir más seguridad? Creo que no, he desperdiciado muchas oportunidades de profundizar mis habilidades para programar desde que me gradué. Me encantaría estar en un área tan demandada, pero a mi corazón le apasionan otros temas.
Una advertencia
Mi cuerpo universitario fue resistente a desvelos y mucho estrés, pero sobrepasé sus límites.
Hace poco vi un reto que me aterrorizó: consistía en hacer un modelo diario por un mes. Mientras los similares de dibujo me parecen alcanzables, presionarme para sacar un objeto digital por semana me causó un daño permanente en el tendón de la mano. Diez años después, en cuanto mantengo una mala postura por más de diez minutos surge un pellizco desde el hueso de mi dedo cordial hasta el codo. No soy la única de mi generación que se graduó así.
Me arrepiento de tomarme los proyectos tan en serio. Mi perfeccionismo provocó un desgaste físico y emocional que resultó en mucho drama y conflictos cuando rehacía partes del trabajo de mis compañeros de equipo. Al final, ni siquiera me sentí orgullosa de mis entregas y, fuera de los proyectos de programación, ninguna destacó.
Una vez graduada
Expectativas | Realidad |
Batallar más con la carrera que con la prepa. | Algunas materias de prepa fueron más difíciles. |
No más materias desagradables. | Aunque era más especializada, siempre hubo algo que fue contra mis intereses. |
Graduarme con un empleo garantizado. | Estudiar abre posibilidades, no certeza. |
Tener al instante ofertas laborales en el extranjero. | Quienes lograron trabajar fuera tomaron cursos en esos países después de graduarse. |
Hacer modelos 8 horas al día me haría muy feliz. | Necesito más variedad en mis actividades para mantener mi motivación. |
El costo de la carrera se pagaría solo con un par de años de trabajo. | Los trabajos de entrada pagaban en promedio una décima parte mensual de lo que valía un tetramestre. |
Mi trabajo inspiraría a miles de personas. | Mis proyectos han alegrado solo a decenas de personas; pero ver su emoción me hace feliz. |
Hace poco un amigo profesor me dijo que el objetivo de la universidad no era formar profesionistas sino ampliar su criterio para afrontar la vida con más conciencia. Creo que es una visión más saludable y útil para el futuro de quienes se gradúan.
Tenía planeado hablar de mi vida profesional en esta publicación, pero ya quedó muy extensa. En otra veremos qué pasó con mi sueño de ser una animadora brillante, mi camino para buscar trabajo y más aprendizajes en estos diez años.
Por cierto, me gradué con Mención Honorífica de Excelencia.