Los mexicanos somos el huésped ideal para los virus: nos saludamos de beso (incluso cuando todavía no hay tanta confianza), nos abrazamos por cualquier cosa o mínimo nos estrechamos la mano.
En medio de los abrazos de Año Nuevo de 2020, una de mis tías me dijo que este era mi año para brillar. Todo parecía indicar que sí: estaba por tener el mayor salto en mi vida profesional y mi mente se abría a infinidad de posibilidades. Iniciaba una suscripción anual en un par de plataformas de aprendizaje. Me decidí por salir más, al menos a caminar al parque, y ya llevaba unos días con el hábito. Incluso pasó por mi mente, ya que estuviera adaptada en el trabajo, instalar una aplicación de citas por primera vez .
Entré a este trabajo, que está muy conectado con China, y comencé a recibir noticias del Coronavirus: los puertos de Wuhan cerrados, vacaciones por el Año Nuevo Chino extendidas (su fecha en nuestro calendario varía, pero suele ser entre finales de enero y febrero), mitos de la enfermedad que hasta la OMS creía en ese entonces y cómo se extendía por Italia y Corea del Sur. Un amigo leía todas las publicaciones médicas relacionadas y me hablaba de lo feo que se iba a poner.
¿Y si me contagio?
Estaba preocupaba principalmente la salud de mi papá, que ya se acerca a sus 65 años y tiene otros factores de riesgo. Pero leía de médicos en sus treintas falleciendo por complicaciones de la enfermedad, de personas de mi edad con secuelas respiratorias a largo plazo y recordaba mi mortalidad.
Hace tres años pasé por la experiencia de influenza y no se la deseo ni a mi peor enemigo. Recuerdo estar congestionada, muy cansada, sin querer dormir porque me entraban ataques de tos al acostarme. Mis sueños eran acosados por pesadillas que me amenazaban de muerte.
Morir de COVID parece todavía más doloroso y desagradable. Una de las primeras historias con rostro que conocí fue la de Adam Schlesinger, compositor de series y películas que falleció a sus 52 años. Su novia escribió de cómo pasaron de una caminata en el monte a fiebre, internamiento, hablar por última vez antes de que lo entubaran y despedirse de sus seres queridos por videollamada.
Sé que no es una enfermedad supermortal y la mayoría se recupera. Pero a estas alturas seguimos sin conocer con certeza qué lo complica y por qué algunos lo reciben sin síntomas.
Una moneda al aire.
Cada quien desde su casa
A mediados de marzo nos dijeron que mejor trabajáramos de manera remota. Se acabaron las pausas por café, las actualizaciones de relaciones y los “Happy Fridays”, en los que compraban comida para toda la oficina y platicábamos con otras áreas. Mi juego de hamaca de Snorlax, que estuvo seis meses atorado en Correos de México antes de llegarme, ha pasado más tiempo sin atención en mi antiguo escritorio.
Aunque disfrutaba los días en la oficina, no me entristece trabajar desde casa; al contrario, me siento muy privilegiada de tener esa oportunidad, con un espacio adecuado y sin tantas distracciones. De lo mejor que salió de esta cuarentena fue demostrar que, en más casos de los que esperaban, somos capaces de evitarnos horas de transporte y ser hasta más eficientes.
“Trabajar de manera remota no significa que estemos aislados”, fue algo que escribí varias veces. No podré saber si conocí mejor o peor a mis compañeros, pero, después de hablar con ellos todas las semanas por videollamadas, los aprecio y conozco más que hace ocho meses que dejamos la oficina.
¿Tomamos las suficientes precauciones?
La mejor forma de cuidarse es permanecer en casa, lavarse las manos continuamente y no tocarse la cara. Escuchar ese mensaje repetidamente me hizo adquirir conciencia de la cantidad de veces que salía (aun como persona introvertida), ocasiones en las que por comodidad no me lavaba las manos antes de comer, lo mucho que tallo mis ojos, reacciono con un manazo ante cualquier movimiento de cabello y el tiempo que pasan mis manos en mi cara.
Pude cambiar lo de las salidas, dejando mi casa solo para lo esencial. Mis manos deben tener menos bacterias que cualquier año anterior. Pero dejar de tocarme la cara es casi imposible, se convirtió en el peor de mis vicios durante la cuarentena.
En un canal de YouTube acerca de los parques de Disney, la narradora comentaba que era la primera vez que podía visitarlo y salir sin gripa. Las multitudes y los bufets en los que niños lamían la cuchara para servirse el puré son una fuente de virus y bacterias. ¿Cuántas veces compartimos una bolsa de papitas?, ¿o un trago para probar una bebida antes de ordenar una completa?, ¿o limpiábamos algo con saliva?
A mitad de año empecé a perder el coraje cada vez que me asomaba por la ventana y veía a un montón de gente en el parque, quizá más que en años anteriores. Lo mismo con las fotos de reuniones en redes sociales. De nada sirve engancharse. Aunque esto todavía no se acaba, es evidente que no fuimos el mejor país en manejar la pandemia.
Después de esto, al menos me aseguraré de usar tapabocas cada vez que tenga que salir estando enferma; algo que hacen desde hace mucho en Japón.
¿Qué medidas quedarán de todo esto?, ¿aprenderemos algo como sociedad?
Es raro que me aburra en mi casa
En diciembre de 2019 tomé el hábito de meditar. Empecé con el periodo de prueba de Headspace, quedé encantada con la paz que me traía y terminé contratando un año. Las posibilidades de un silencio mental se acabaron cuando entramos en cuarentena, pero traté de retener el hábito por un par de meses más. Ya para julio valoré más los minutos extra de sueño y la abandoné.
Moraleja: no contrates suscripciones anuales si no te convencen al 100%. Pagar por mes y descubrir que no es lo tuyo a la mitad sale más barato que esos atractivos descuentos.
Contrario a lo que esperaría durante un encierro, dejé los videojuegos por un buen rato. Luego me dieron ganas de volver a jugar RollerCoaster Tycoon y compré en línea la segunda edición, con un parche open source disfruté mucho. Pedí el Ring Fit Adventure en cuanto Nintendo lo resurtió y recientemente vencí al enemigo principal. Mi última adquisición fue Tetris Effect, que es como un viaje en casa sin ingerir sustancias.
En un capítulo Euphoria, la protagonista necesita ir al baño. Está en su casa a unos pasos, pero no tiene voluntad y, muchas horas después, termina hospitalizada por las consecuencias. Nunca he llegado a ese extremo, pero conozco a ese fantasma que evita que te muevas y difumina el tiempo, que de por sí es complicado de percibir al permanecer en el mismo espacio.
Empezó la cuarentena con mensajes “motivacionales” que te hacían sentir culpable si no estabas invirtiendo tu tiempo libre* en eso que con frecuencia dices que quieres hacer, pero no sabes cuándo. Pasé horas mirando al vacío, durmiendo más y no me arrepiento. Algo que aprendí este año es que no valgo en base a mi productividad.
Vi muchas historias de cultos, empresas surgiendo y cayendo, parques de diversiones, cultura pop, gatos, tecnología vieja e inventadas. Leí otras más, de ficción, filosofía, formas de vivir y comedias románticas. Escuché los podcasts de Brené Brown y otros de líderes y psicología. Escribí y dibujé. Pero con lo que más me quedo es con las conversaciones (a distancia) que tuve con personas inesperadas.
Sé que fue un año horrible para muchos, con desempleo, mucha ansiedad, enfermedad y muerte. No fue mi caso.
Ahora que se acerca otro fin de año, recuerdo con nostalgia los juegos entre los primos, servirnos ensalada para que mi tía nutrióloga nos dejara comer postre, las fotos, conversaciones y, por supuesto, abrazarnos cuando comenzaba el primer día.
Pero mi tía tenía razón, fue mi año de brillar. Me siento muy apreciada en mi trabajo actual. Aprendí de narración, marketing, portugués y mejoré más que nunca mi habilidad de dibujo. Me ejercité la mayoría de los días, aunque no con los estándares médicos. Conocí a personas maravillosas y me reencontré con otras que ampliaron mi horizonte.
Espero con paciencia la vacuna.
* Para las personas privilegiadas. Para otras, este cambio de circunstancias resultó en menos tiempo de ocio, con la responsabilidad agregada de trabajar mientras se aseguraban que estudiantes tomaran clases en línea o atendiendo seres queridos enfermos.
Mis canciones de cuarentena
El álbum que más escuché fue Future Nostalgia de Dua Lipa.
Días y noches que nunca terminan… El tiempo avanza lento y ni siquiera me importa.
Beck, Uneventful Days
Cada pulgada de mi corazón está llena con algo que nunca empezaré.
Arcade Fire, Everything Now
Si pudiera dejarte ir, estar sola… Quisiera quedarme en la luz de la luna, es nuestro momento de brillar. ¿Por qué?
Jessie Ware, Spotlight