Es complicado, algunos pensarán que inapropiado, escribir sobre los duelos. Sabemos que la muerte nos va a alcanzar pero desconocemos sus detalles, causando emociones complejas. Por esto, quiero aclarar que este texto no busca comparar mi relación con mi papá con la de otras personas que tuvieron la oportunidad de conocerlo. Incluso experiencias compartidas se viven y recuerdan de formas distintas.
Hace casi un mes falleció mi papá. Todavía no se termina toda la botana que compró para sus tardes viendo la tele. Hay cajones en la casa que no hemos tocado desde su partida. Cada vez que prendemos su teléfono, siguen saliendo notificaciones de eventos en su calendario.
Espero no sea muy pronto para publicar al respecto.
Tiempo antes
Nunca he dudado del respaldo de mi familia: el Team Nuni. Me peleaba con mi hermano de chica, pero el amor era constante y entre los cuatro fuimos encontrando maneras de fortalecernos y crecer.
Me cuentan que, cuando yo era bebé, mi papá me decía tigre porque rasguñaba mucho. Él se encargaba de cortarme las uñas, con la misma precisión que usaba para armar modelos a escala. El apodo evolucionó a gatito y se quedó para siempre. Salvo un par de regaños en el principio de mi vida, siempre me trató con mucha dulzura.
Solía ser el primero en levantarse en la casa con una rutina definida: abrir ventanas, recoger el periódico y leerlo en el baño escuchando música mexicana más vieja que él, en la estación AW. Con el tiempo dejó de funcionar su radio y me prometí regalarle uno en cuanto ganara mi propio dinero. Cuando lo hice, oía las noticias antes de bañarse.
Silbaba la melodía de sus canciones favoritas. Lo recuerdo principalmente por Alejandro Fernández, Sole Gimenez y Laura Pausini. También le gustaba Sergio Mendes de Brasil, los musicales de Andrew Lloyd Webber, el rock setentero y el Festival OTI. Su playlist.
Nos prohibía pasar la noche en casas que no fueran de familiares. Si le reclamábamos, contestaba que él no se iba a dormir con sus amigos. Entendí el motivo de sus miedos hasta mi adultez, cuando escuché tantas historias de acoso.
Trabajaba muchas horas cuando éramos niños, entre semana solo alcanzábamos a saludarlo en su regreso, minutos antes de dormir. Nunca tuvo oportunidad de asistir a nuestros festivales escolares, lo consideraba inapropiado bajo sus responsabilidades de proveedor. Guardaba en su cartera y en su oficina fotos de nosotros. Dicen sus compañeros que se expresaba de su familia con mucho cariño y orgullo.
Fue muy deportista antes de las complicaciones de su corazón. Compró un casquito y portabebé que montaba en su bicicleta para pasear juntos, de nuestro departamento a la casa de mi abuela. Después de sentir el viento y ver el cielo en el trayecto, llegaba dormida. Tengo recuerdos borrosos de verlo jugar softball por las tardes, cuando su cuerpo todavía lo permitía.
Mantuvo la mayoría de sus rutinas. Los domingos a las 10 de la mañana íbamos a misa de niños y después a comer con mi abuela. Se aseguraba que pudiéramos ver la ceremonia y nos explicaba cada paso. Antes de soltar mi mano al finalizar el Padre Nuestro, la apretaba tres veces. Procuraba cenar entre las 8 y 9 y dormir entre las 10 y 11 de la noche.
Juntos, conocimos varias ciudades de México, Estados Unidos, Alemania, Italia, España y Francia. Hasta el último viaje, en 2019, aguantó largas caminatas sin dificultad. En las fotos se ve mucho más feliz de lo que recordaba. Nos sobraron planes.
Me pregunto si le frustraron las limitantes de su cuerpo. Dependió de marcapasos y anticoagulantes desde sus 32 años pero nunca se victimizó ni expresó su incapacidad de hacer alguna actividad, salvo para subirse a montañas rusas y bailar (que pudo ser una excusa, porque no le gustaba). Días antes de una de sus últimas operaciones, se subió al techo (contra los deseos de todos) a revisar un problema de la casa.
En mis memorias, siempre supe que tenía problemas del corazón y que en cualquier momento podía fallarle; pero eso no arruinaba el disfrute de instantes. De niña le preguntaba por qué tenía cicatrices en el pecho (tres: una grande en el centro y dos pequeñas en los costados) y contestaba que eran mordidas, la más grande mía. No se quitaba la camiseta en la playa para evitar miradas.
Pasó por seis operaciones a corazón abierto. En la víspera, nunca se mostró ansioso o preocupado. Tenía mucha fe. La contingencia evitó que pudiera salir, pero no se perdía la misa en línea. Varias veces hablamos de la muerte y comentaba que no le tenía miedo.
Hace meses, me dijo que necesitaba aprender a reparar cosas de la casa para hacerlo cuando él se muriera. Le contestaba que no sabíamos quién se iba a ir antes. Fue un pensamiento que mantuve hasta el miércoles.
Poco antes
Fue un día de contingencia como muchos en el año anterior. A veces, mi papá se quejaba de cansarse mucho solo por subir escaleras; pero llevaba meses sin mostrar molestias. Fuera de sus enfermedades crónicas controladas y una perrilla en el ojo que estaba por desinflamarse, se veía y expresaba saludable.
Mi mamá veía una misa fúnebre en línea mientras, a un metro suyo, él aclaraba dudas de una consultoría que estaba cotizando. En la noche llegó a saludar mi hermano, que no vive con nosotros. No cené con ellos porque tenía muchas ganas de empezar una serie y libro. Le di un beso de las buenas noches y me fui a mi cuarto.
Comenta mi mamá que pasaron una noche normal: vieron la tele mientras cenaban, a las 10 pm se levantó del sillón y para antes de las 11 ya estaba dormido. Llevaba más de un año con un aparato que asistía su oxigenación en las noches, evitando que roncara.
Por eso, los ronquidos raros alertaron a mi mamá en la madrugada. No respondía a su voz.
Me despertó cerca de la 1 am para tratar de despertarlo mientras ella llamaba a la ambulancia. Lo moví suavemente para no causarle daño, acerqué mi dedo a su nariz para confirmar si respiraba en las pausas entre los ronquidos. No lo hacía.
– Papá, Juan Manuel, papá, despierta….
Mi corazón sabía que ya no podía. Bajo indicaciones de la persona que contestó la llamada, mi mamá me pidió que lo mantuviera de lado, le pusiera un cubrebocas y no fuera ruda al agitarlo. En menos de diez minutos, antes de que llegaran los paramédicos, con el rostro en paz, dio su último ronquido.
Según los paramétdicos, no tenía pulso. Mientras trataban de resucitarlo, me preguntaron por su edad. Recordé su fecha de nacimiento pero fui incapaz de sumar, aunque 20 días antes lo esperábamos en ese mismo lugar a que saliera del baño para cantarle Las mañanitas. Me equivoqué por un año al responder.
Entre la saturación mental y las pocas horas de sueño, quería desprenderme de mis ojos. Los paramédicos descartaron una a una sus alternativas para regresarlo a la vida. Nos confirmaron que ya no había nada que hacer.
Le marqué a mi hermano y le pedí que no manejara alterado.
Después
Mi tía doctora alcanzó a los paramédicos y nos ayudó con terminología. Minutos después, su esposo, mi hermano y su prometida fueron a la clínica por un papel que confirmaba su fallecimiento por causas naturales. Nunca me cansaré de agradecer la unidad de mi familia.
Me acosté al lado del cuerpo de mi papá, sentía su paz mientras se iba oscureciendo y perdía su calor. Había tantas fuerzas en mi cabeza que se anulaban entre ellas. Con la tranquilidad de que mi mamá estaba acompañada por su hermana, me fui a mi cuarto. Le avisé a un par de amistades por mensaje y traté de dormir.
De vez en cuando veía el reloj: 3:00 am, 3:10, 3:40, 4:00… ya para las 6 me rendí y bañé.
Le di la pésima sorpresa por teléfono a todos sus hermanos que le sobreviven. Por la contingencia no habría velorio, pero encontraríamos una manera de que estuvieran presentes en la misa.
Mamá estaba destrozada. Mi hermano y yo la relevamos en algunas llamadas. Ese día no lloré tanto. Por teléfono pedimos evitar una fiesta covid, pero eso no evitó visitas de familia y seres queridos. Nunca nos sentimos solos. Recibimos muchos mensajes, flores y comida.
En palabras de quienes lo quisieron, fue un gran mentor, el primero en convocar a carnes asadas ante visitas o cumpleños familiares, generoso al compartir conocimiento y material de su hobby, muy dedicado y una gran pérdida para sus círculos sociales.
Vinieron por el cuerpo cerca del mediodía y regresó en cenizas durante la tarde del día siguiente.
El servicio de transmisión de la misa incluía una selección de quince fotos que iban a pasar al principio. Años antes le hicimos un video, así que teníamos mucho material. Tratamos de integrar a la mayoría de las personas importantes en su vida. Aunque siempre lo percibí como una persona introvertida, al final me di cuenta de lo sociable que fue en sus últimos años.
Su legado
Me siento agradecida con la vida que me permitió crecer con él hasta mi adultez. Enriquecieron mis días todas las comidas que preparó (el arroz chino y sopa de queso eran sus platillos estrella), los paseos platicando y diversos consejos.
Fue parte importante de su equipo de trabajo hasta su último día. Durante la contingencia trabajó en el contenido de muchísimos webinars. Si había un tema que no dominaba, lo investigaba y hasta nos preguntaba para complementar su contenido. Buscaba muchos ejemplos y videos con la intención de que el aprendizaje fuera más entretenido.
Su último webinar: 10 Recomendaciones para realizar un trabajo remoto eficiente.
Me quebré días después de su muerte, escuchando el cover de Sole Gimenez de Hasta la Raíz:
Y por más que crezca, vas a estar aquí.
Aunque yo me oculte tras las montañas y encuentre un campo lleno de cañas, no habrá manera, mi rayo de luna, que tú te vayas.
Original de Natalia Lafourcade
Le heredé muchas características, buenas, neutrales y malas. Así como él creció tanto, espero tener la fuerza para trabajar en mis debilidades y convertirme en una mejor persona.
Mi papá me enseñó a resolver las cosas con calma, compartir mis aprendizajes, andar en bici, disfrutar las caminatas, probar la comida antes de rechazarla por su apariencia y explorar mis hobbies.
Aun cuando fue un hombre de hábitos y creencias firmes, estas no lo anclaron en una vida estática. Estoy muy orgullosa de su evolución. Cambió su apariencia fría e intimidante cuando empezó a dar consultorías. Empezó criticando a quienes se salían de sus estándares y al final defendió a personas que pensaban distinto a él. Me sorprendió su iniciativa por organizar reuniones y hasta viajes con todos sus hermanos.
Seguirá viviendo en anécdotas, cada vez que nuestras rutinas coincidan con las suyas, cuando nos topemos a personas que le guardan afecto y en objetos, lugares y recuerdos.
Hace meses nos dijo que le gustaría vivir más experiencias en familia, pero se sentía satisfecho de sus logros, pleno y sin miedo a la muerte. Dormir tranquilo sin despertar fue la mejor manera de cerrar una vida.
Lloro porque lo voy a extrañar, no por penas o arrepentimientos.