Por mucho tiempo pensé que solo necesitaba portarme bien para obtener todos mis deseos: un compañero de vida afectuoso, un trabajo donde mis talentos sirvieran de la mejor manera, seguridad física y financiera. Con “echarle ganas” y desearlo lo suficiente, todo era posible. Pero en mis últimos años de carrera empecé a identificar la necesidad de arriesgarme… y no me gustaba.
A diferencia de lo que creía al ingresar a la universidad, terminarla fue un reto más emocional que académico. Graduarme me costó una herida permanente de tendón, otra en amistades cercanas, mucho drama y noches durmiendo poco. Pero trajo muchas recompensas además del papel y conocimiento técnico.
¿En serio quería ser una animadora destacada?
Hace quince años no tenía la madurez para elegir la actividad que haría el resto de mi vida, admiro a las personas que sí y pienso que no son mayoría. El campo de la animación no era lo que esperaba: tiene muchas restricciones creativas y sus trabajos suelen ser muy especializados.
Si me hubiera esforzado para estar en una gran productora de Estados Unidos, tendría que elegir entre dedicarme a hacer modelos, texturas, controladores, iluminar o ajustar cámaras. Definir la historia de las películas, que era lo que más me llamaba la atención, es responsabilidad de otro departamento.
La ventaja de trabajar en un país donde la industria no está tan desarrollada es que te toca hacer de todo. Valoro conocer qué está detrás de las animaciones 3D y ser capaz de hacerlo a un nivel básico, pero no me apasiona tanto como para querer seguir profundizando en alguna de sus ramas. No me arrepiento de haber estudiado esta carrera, sus enseñanzas me siguen sirviendo para diseñar, editar y entender conceptos de otras áreas.
El último proyecto escolar
Cada vez que mi mente viaja a ese último semestre surgen distintas reflexiones y sentimientos (cada vez más saludables). En resumen, mi proyecto consistía en hacer un cortometraje animado y dos de mis compañeros y yo nos creíamos capaces de crear algo extraordinario.
Sabía que era inferior a ellos en el sentido técnico: no dibujaba bien y mis trabajos artísticos, aunque buenos, nunca brillaron. Pero eran mis compañeros y amigos, no mi competencia, y yo tenía otros talentos, como la facilidad de programar que nos ayudó a crear los “huesos” (controles para animar a los personajes y objetos) y facilidad de comunicación con la que nos prestaron estudios para grabar la música.
Teníamos estándares muy altos y una pésima administración del tiempo. Los profesores nos recomendaban hacer equipos de cinco, formamos uno de cuatro y quedamos tres después de hacer a un lado a uno de nuestros integrantes a meses de su entrega. Nos encerramos en mi casa el último mes para terminarlo y no fue suficiente. Lloré frustrada en la proyección del pedazo que pudimos presentar y (lo que más me dolió) nos dejamos de hablar por unos meses.
Sentí vergüenza y decepción por esforzarme tanto en algo que no terminamos. Esperaba que mis futuros empleadores potenciales no se enteraran porque hablaba horrores de mi responsabilidad; pero solo no supimos medir nuestros recursos del momento. Años después aprendí a administrar mi energía de acuerdo con las demandas del resultado.
Un año extra para prepararme
Mis días de graduación fueron agridulces. Tíos viajaron para festejar conmigo. Ceremonia de excelencia, seguida de la de grupos estudiantiles y cerrando con la de mi generación. Si los eventos de reconocimiento de la universidad fueran barajas, solo me faltaría la de experiencia profesional para completar el set. Hubiera sido muy valiosa porque seguía sin ver posibilidades para mi futuro.
Pero me sentía muy aliviada de haber terminado con mis estudios formales. Por mi promedio me ofrecieron beca de maestría y la rechacé para primero acumular experiencia. El siguiente paso era empezar a aplicar a vacantes, pero un enemigo imaginario me lo impedía.
En 2012, las páginas con memes y anécdotas ya estaban bien establecidas. Y después de leer historias desastrosas en empleos, inventé un escenario de terror: si empezaba a aplicar mostrando mis proyectos escolares, se burlarían tanto de mí que harían parodias de mi portafolio, me convertiría en un meme en la industria y nunca tendría un empleo. Necesitaba ser mejor antes de lanzarme al mundo laboral.
Después de unos meses, reconocí que necesitaba terapia, la cual me ayudó a reducir mis miedos y construir mi seguridad. Al mismo tiempo, aprendí en Internet gran parte de las bases del software de diseño que sigo manejando. Mi tía me inscribió en sus clases de baile y yoga. Hice un par de trabajos freelance de redacción y trabajé por un mes en un proceso de elecciones en otra ciudad. Me siento muy agradecida con mis amigos, familia y tías (postizas y biológicas) que me apoyaron en esta etapa.
A veces digo que fue mi año “nini”: ni estudié ni trabajé formalmente. Chocó con mis expectativas de encontrar trabajo en poco tiempo, pero fue clave para mi crecimiento personal y trayectoria profesional. Experimenté más profundamente la educación informal y desde entonces disfruto nuevas fuentes de aprendizaje.
En el segundo semestre de 2012 me sentí preparada con una demo que mostraba mis habilidades y empecé a aplicar mientras seguía practicando y siguiendo cursos informales. Fue hasta enero que comencé con mi primer trabajo formal en el área de cursos en línea del Tec.
Mi primer trabajo formal
Me contrataron para postproducir videos, asistiendo a la oficina de lunes a viernes, de 8 a 5:30 con hora y media para comer (el comedor era una de las mejores prestaciones). Debía armar los videos con un guion, el material grabado, una laptop y Creative Cloud de Adobe. Mi equipo me trató muy bien y, aunque eran mucho mayores que yo, se encargaron de que nunca comiera sola. En un país donde el acoso es muy frecuente, puedo asegurar que siempre me trataron con respeto y me ayudaron a crecer como profesionista.
Conocía el software que necesitaba, las reglas de composición y tenía la capacidad. Recuerdo el miedo cuando edité mi primer video y el alivio cuando recibí su retroalimentación. Empecé a entender los requisitos institucionales y cada vez pedía menos revisiones a mi jefe. Un par de meses después, mis soluciones creativas destacaron en el área.
Algo que me hubiera gustado aprender durante la carrera fue cómo venderme y cuánto cobrar. Platicando con colegas, algunas recibían menos, otras más. En esos primeros años, con que me pagaran estaba satisfecha, pero la cantidad no hubiera sido suficiente para mantener mi estilo de vida y formar una familia.
Mi jefe me preguntó si buscaba construir mi carrera profesional en la institución y le dije que sí, aunque no estaba convencida. Después descubrí que la estructura organizacional no estaba diseñada para que los especialistas subieran de puesto. Pero cuando comencé a sentirme estancada, pasaron un par de cosas interesantes.
Primero, nos acercaron con las otras áreas creativas: programación y diseño multimedia, gráfico e instruccional. Conocí a más personas con quienes compartía intereses y aprendí al ver cómo realizaban sus actividades. Creamos juntos muchas de las producciones de las que más me siento orgullosa y nos apoyamos en otras personales.
Segundo, cambié de puesto. Postproducir videos pasó a ser una actividad secundaria, tomando un rol más importante la difusión de estrategias. Aproveché mis habilidades de redacción para crear tutoriales, escribir boletines y guiones. Di pláticas de creación de videos en congresos y a profesores. Desempolvé mi manejo de programas 3D para hacer un museo virtual. Me sentía libre de ser creativa de muchas maneras.
Mi último proyecto en el área fue la celebración de los 30 años de la educación a distancia del Tec. Nunca me hubiera imaginado que desde antes de que yo naciera tenían Internet. Mientras coordinaba y desarrollaba recursos, descubrí tecnologías viejas que me fascinaron. Me hubiera encantado crear una simulación de la evolución de las interfaces, pero no contábamos con el equipo y tiempo para hacerlo.
Cuando me gradué, pensé que no volvería a pisar mi universidad por mucho tiempo. Nunca me imaginé pasar otros siete años en ella, pero fue una experiencia muy grata. Vi la evolución del campus, participé en eventos que ignoré de estudiante, conviví con personas maravillosas y construí mi seguridad laboral. Después de explorar mis capacidades con proyectos reales, llegó el momento de un reto nuevo.
Un cambio más grande de lo que esperaba
Pasé de trabajar en una empresa de casi 80 años a una startup que iniciaba con dos. Nowports es una empresa que implementa tecnología en una industria anticuada: la importación y exportación de mercancía para empresas Latinoamericanas. Uno de sus objetivos es convencer a las compañías del valor de contar con herramientas (como reportes automáticos) que agilizan sus rutinas. Necesitaban a una responsable del contenido para transmitir ese mensaje.
Me encanta la energía de la gente con quien más trabajo y el reto de desarrollar el área de contenido casi desde cero. Poco después de firmar mi contrato permanente, declararon la cuarentena en México y desde entonces trabajo en casa.
Me llevo muy bien con mi equipo, sigo aprendiendo cada día y veo el potencial de crecer con la compañía. Lo que más disfruto es que no estoy limitada a una tarea y a veces diseño, edito código y hasta hago videos animados.
Es complicado hablar de sucesos actuales con tres gotas de imparcialidad, así que cerraré esta parte reconociendo que estoy contenta y satisfecha con mi rol actual.
Mi inconsciente eligió un tren para la primera parte de este escrito y resultó ser muy apropiado. El transporte por ferrocarril suele ser una solución eficiente para movilizar la carga que entra o sale de puertos, si no hay bloqueos por manifestantes. Sigo viendo caminos que tomar, pero ya no siento que me esté persiguiendo una decisión. Venciendo el miedo a arriesgarme, puedo cambiar de vías a las que me hagan sentir más auténtica.