Velas apagadas de cumpleaños

Los cumpleaños son más que una excusa para hacer festejos. Son un dato importante para registrarse en algo nuevo. Marcan etapas importantes de nuestro desarrollo, como el momento en el que empezamos a tomar clases formales y en el que podemos consumir alcohol.

La relación con mis cumpleaños ha sido de las más tóxicas que he tenido.

Por muchos años temí su llegada. Me avergonzaban y me esforcé por ocultarlos. En uno hice un berrinche porque no quería que me organizaran una fiesta. Esos días deseaba desaparecer a un lugar donde nadie me conociera y pudiera disimular que era un día normal.

Pero darle tanta importancia no se sentía normal. Tenía una idea vaga del porqué, pero nunca había profundizado al respecto.

De niña, eran días llenos de magia

Así como el amor de mi familia, celebrar mi existencia empezó como algo incuestionable. Despertaba con cantos de Las Mañanitas de mis papás y mi hermano. Después de los abrazos, recibía un regalo y mi desayuno favorito. En el transcurso del día recibía más muestras de cariño de las personas que más quería.

Como mi hermano y yo cumplíamos a días de distancia, nos hicieron varias fiestas en salón con temáticas de la época. En la de Blanca Nieves me dieron una manzana que me acabé sin preguntar si estaba envenenada. Portaba con orgullo un disfraz rosa en la de Power Rangers. La de Toy Story fue en un salón con una maquinita arcade (también de Power Rangers) de la que no me quería despegar.

Haber nacido en medio de las vacaciones de verano tenía sus desventajas. Varios compañeros estaban de viaje el día de la celebración, pero nunca pasé por el trauma de tener una fiesta vacía. Las fiestas de cumpleaños infantiles vacías suelen estar más relacionadas con las malas relaciones entre padres que con un rechazo personal.

Aunque no todos los años tuvimos dinero para grandes piñatas, mis papás se esforzaban por hacer cada año especial. Ya fuera celebrando en un salón de fiestas, en un parque o en el pequeño departamento donde vivíamos, eran días muy felices. Todavía veo con gusto esos álbumes de fotos.

A los 10 años, ese tipo de fiestas ya se consideraba muy infantil. En ese entonces, una niña organizó mi primer baile, recuerdo que lo más atractivo para mí era la mesa de botanas. Mis cumpleaños evolucionaron a salidas con mis amigas y compañeras. Mientras me acercaba a la adolescencia, la magia desaparecía.

De adolescente, eran el recordatorio de mi castigo

No tenía muchas ganas de vivir, por hormonas, crisis existenciales y bullying que ya he explorado en otras publicaciones. Las Mañanitas por las mañanas seguían, pero ya no las recibía con tanto gusto.

Lo que me mantuvo viva en esa etapa fue la convicción de que hacerlo era un deber. Mis creencias religiosas me decían que una vez cumpliera mi misión, el premio sería morir. Quienes ya habían ganado el juego estaban en el Cielo, los perdedores seguíamos en la Tierra.

Ser el centro de atención durante mis cumpleaños se contraponía con mis deseos por desaparecer. Que el día cayera en vacaciones me permitía hacerlo hasta cierto punto. Pero aunque no hiciera algo especial ese día, seguían rondando los fantasmas, recordándome que no era lo suficientemente buena para morir.

Fue en la universidad, cuando encontré otras motivaciones y cambió mi forma de ver la vida, que el desagrado por mis cumpleaños mutó a otra inseguridad.

Como universitaria, ya debería cumplir logros, no solo años

Siempre habrá metas marcadas por la sociedad que no vamos a alcanzar. “Debería” contar con más y mejores amigos, ganar más, tener una pareja, haber creado algo de valor. Cuando cumplía años y no estaba satisfecha con mi vida, era un recordatorio de todo en lo que me estaba quedando atrás bajo mis estándares.

Evitaba definir metas para no decepcionarme al no alcanzarlas, pero de todas formas me sentía culpable. Comenzaban a ponerse de moda las redes sociales, en las que era más fácil ver el (aparente) éxito de mis compañeros de otras etapas de mi vida.

Pasaron muchos años para abandonar esa idea de que la vida es una carrera. Ahora que me siento en paz con mi crecimiento, no me decepciona estar aquí. Me siento amada, valorada y con muchas oportunidades para seguir disfrutando y mejorando cada día.

Pero mis cumpleaños siguen con un sabor agridulce.

¿Al perder mi juventud me estoy volviendo irrelevante como mujer?

En la cultura machista, a la mujer se le valora por su juventud y al hombre por su dinero. Constantemente escucho frases como “a una mujer no se le pregunta su edad” o escándalos por cualquier indicativo de vejez. El esfuerzo por parecer joven es la raíz de la mitad de la industria de belleza.

Para luchar contra esto, valoro lo que me da el transcurso del tiempo: más experiencias y conocimiento, de mí misma y del mundo. Ya no me dan miedo ni vergüenza muchas cosas que sí hace cinco años. Me siento más segura de lo que quiero y lo que no.

Me gusta decir mi edad para evitar avergonzarme de ella. Pero confieso que también me alegra que me respondan que me veo más joven.

Mis cumpleaños son recordatorios de las personas que no están

Cuando cumplí 33, pasé mi primer cumpleaños sin mi papá. Aunque desde hace años les había pedido que no me despertaran con Las Mañanitas para dormir más, fue un momento triste. Envejecer también significa despedirse de instantes y personas. Muchas posibilidades de experiencias truncadas.

Oculté el recordatorio de mi cumpleaños en mis redes sociales e incluso amistades cercanas lo olvidaron. Pienso que fue lo mejor para mi duelo.

El lado positivo

A veces me pregunto qué pensarían mis yo del pasado de esta Andrea de 34 años. No tengo algunas cosas que quería o esperaba tener; pero sí otras que nunca imaginé alcanzar. Este año viví un par de festejos que disfruté mucho, conviví con personas que quiero y me sentí amada.

Mi yo del presente se siente orgullosa de alcanzar este momento.

Dato curioso: de acuerdo con un estudio suizo, es 14% más probable morir el día de tu cumpleaños que en cualquier otro.


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